Europa vive en un estado de excepción permanente desde hace años,con crisis amenazantes que empezaron en Grecia y se fueron diseminando por el Mediterráneo. En varios momentos pareció que el euro iba a saltar por los aires.
Pero eran crisis periféricas. “El verdadero desafío llega ahora, con la crisis de refugiados percutiendo directamente en el centro, en Alemania, con Merkel en la diana”, afirma Javier Solana, antiguo responsable de la diplomacia europea. “Los problemas del euro han sido el caldo de cultivo de algunas líneas de fractura en Europa, pero la crisis de asilo enfrenta a Europa con una crisis de naturaleza esencialmente política, que viene de atrás y que tiene una evolución muy preocupante”, abunda una alta fuente europea.
Debilitada aún por la interminable crisis económica, Europa no ha sabido encontrar la respuesta adecuada. Infravaloró la fuente del problema: Siria. Bruselas, de la mano de Berlín, ha intentado taponar la entrada de refugiados por la frontera turca, sin éxito. Ha tratado de repartir asilados, sin éxito. Y gesticula para hacer de Frontex una auténtica policía de frontera, en un movimiento que encuentra resistencias. Nada de eso ha funcionado: en pleno invierno, siguen entrado 1.600 personas al día a la UE; cuando llegue la primavera, las cifras se dispararán, según la ONU.
La crisis de asilo va mutando en una crisis política de primera magnitud. Y está aquí para quedarse, con media Europa jugando al sálvese quien pueda y con los grandes países metidos en problemas. Merkel tiene a la opinión pública alemana de uñas, se enfrenta a crecientes presiones en su partido y ve asomar a la extrema derecha. Francia está desaparecida y ni la socialdemocracia ni el centroderecha son capaces de embridar el lepenismo. Reino Unido y el callejón del Brexit son una fuente de perturbación. E Italia está ante los primeros síntomas de un agujero bancario alarmante que puede desempolvar la crisis del euro.
Mal equipaje para un jaleo que va a más. La foto de un niño muerto en la playa turca de Bodrum sacudió en septiembre todas las conciencias. Merkel abrió entonces los brazos a los refugiados en un gesto para la historia, pero sin calcular las consecuencias. Con un liderazgo más sólido que nunca, pensó que los alemanes iban a darle un voto de confianza, y que los socios iban a seguirle los pasos sin chistar. Nada de eso ocurrió. La afluencia de refugiados se desbordó y solo Alemania y Suecia, junto con Holanda y un puñado de países, han acogido a un número significativo de asilados. Berlín asiste impotente a los incumplimientos de los pactos en Bruselas: de las 160.000 reubicaciones se han efectuado 300. Hungría ha levantado muros, varios países han suspendido Schengen y la tensión ha provocado reacciones exaltadas (en especial en el Este), incluso en Alemania tras los graves sucesos de Colonia.
“Esto recuerda a aquella historia en la que un hombre le envía un telegrama a su mujer: ‘Empieza a preocuparte. Los detalles, después’. Europa ya venía de unos años de xenofobia, antieuropeísmo y tensiones entre Estados, que ahora van a multiplicarse”, afirma el politólogo Ivan Krastev, profesor del Instituto de Humanidades de Viena. “Los referendos en Holanda y en Reino Unido calibrarán el malestar de los votantes: ojo con eso. Y Merkel está asediada por Gobiernos antiausteridad en el Sur y por antiinmigrantes en Europa central. Europa está en un punto complicado: en un punto de potencial ruptura”, dice.
Bruselas augura tiempos difíciles. Merkel está en plena carrera contra el tiempo: tiene dos meses para encontrar una solución europea que le permita salvar la cara en casa. “En 2015 pensábamos que Europa podía descarrilar por el euro; ahora, por las fronteras”, apunta Fredrik Erixon, del Carnegie. “Es imprescindible un acuerdo europeo. Pero los intereses políticos y económicos de los socios cada vez divergen más, y en áreas cada vez más clave”, critica.
El leit motiv “más Europa” ha dominado las seis últimas décadas, pero existe el riesgo de desandar parte del camino. Puede que la canciller se ve obligada a dar un giro en su política de asilo: tiene tres elecciones regionales a la vista, y legislativas en 2017. “Va a haber un último intento por parte de Berlín. Si no da frutos, es muy posible que Merkel abra paso a la idea de una coalición de los países que quieren soluciones comunes ambiciosas”, según Mujatba Rahman, del laboratorio de ideas Eurasia. Alemania, Austria, Francia, el Benelux y Suecia son candidatos claros a entrar en esa coalición. Los del Este tienen todas las papeletas para quedarse fuera. Italia y España están en el alero.
Algo se ha roto en Europa, con Alemania presionando para expulsar a Grecia del euro, con declaraciones cada vez más subidas de tono, con las brechas profundizándose entre acreedores y deudores, entre Este y Oeste. “¿Continuamos integrándonos o estamos llegando al punto en que hay que empezar a cambiar de dirección?”, se pregunta Guntram Wolf de Bruegel. “Soy optimista, creo que vamos a ver una Merkel humanitaria y un Schäuble keynesiano que van a generar un círculo virtuoso”, discrepa Carlo Bastasin, del Brookings. El primer ministro francés, Manuel Valls, explicaba esta semana en Davos que el proyecto europeo “podría romperse si no somos capaces de responder a este desafío”. La tentación del fracaso está ahí.
Un sistema de emergencia para cerrar fronteras
B. DOMÍNGUEZ CEBRIÁN
La posibilidad de que el espacio de libre circulación de personas en la UE llegue a su fin ocupa un lugar destacado en la agenda comunitaria. El próximo lunes, los 28 ministros de Interior se reúnen en Ámsterdam para evaluar los cierres de fronteras internas que han practicado ya seis países (Alemania, Austria, Suecia, Noruega, Dinamarca y Francia). En mayo, Berlín y Viena deberán levantar los controles pues habrán agotado el período máximo de suspensión de su espacio Schengen.
Bruselas es consciente de que la amenaza terrorista y la masiva llegada de refugiados no van a variar a corto plazo y estudiará extender los controles fronterizos por un máximo de dos años a través de un mecanismo de emergencia.
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