El desgarrador final de la presencia española en el Sáhara Occidentalcomenzó a escenificarse el 6 de noviembre de 1975, hace hoy 40 años.
Fue el día en que 350.000 civiles enarbolando banderas marroquíes, acarreando retratos de su rey, Hasan II, y blandiendo como única 'arma' el Corán, cruzaron envalentonados la última frontera de la España colonial en la llamada Marcha Verde.
Al otro lado, detrás de los campos de minas sembrados semanas atrás, se encontraron cara a cara con las unidades de Tropas Nómadas y los dos Grupos Ligeros de Caballería del Tercer y el Cuarto Tercio del ejército español. Unas fuerzas que tenían como misión la defensa ante un ejército enemigo al que debían disuadir de seguir avanzando y, en caso de no conseguirlo, replegarse. Pero, antes de tomar posiciones, los mandos habían comunicado a sus oficiales que no habría conflicto militar, pues existía un acuerdo político en virtud del cual la Marcha Verde penetraría unos kilómetros y se detendría, sin causar más problemas a las autoridades españolas. Lo relata José Luis Rodríguez Jiménez en su libro 'Agonía, traición, huida. El final del Sáhara español', que acaba de publicar Crítica y que se sustenta en una vasta labor documental y en entrevistas a más de 200 personas. La historia de un abandono cuyas heridas permanecen abiertas hoy.
Hace cuatro décadas, aquella marcha civil y pacífica avanzaba desde hacía días a través del desierto imprimiendo con cada paso una huella religiosa y patriótica sobre aquella tierra. Era una maniobra del hábil Hasan II, planificada en secreto desde meses atrás, para forzar a España la anexión del territorio. Al tiempo que las columnas de civiles se movilizaban bajando por Tarfaya, 25.000 soldados marroquíes de las Fuerzas Armadas Reales (FAR) penetraron por el este. Días antes, el ejército marroquí había ocupado algunas bases y la ciudad de Smara, considerada santa por los saharauis.
El 5 de noviembre, Hasan II se dirigió a los voluntarios para anunciarles que al día siguiente, avanzarían hasta cruzar la frontera. "No quiero hacer la guerra a España", dijo el monarca alauí en su discurso a su pueblo, animándolo a confraternizar con los españoles que encontraran a su paso: "Si encuentras a un español, militar o civil, abrázalo y bésalo y festeja el encuentro". Sus palabras privaron a las tropas españolas de la posibilidad de intervenir para sujetar a las masas. A la vez, jugaba con la amenaza de las FAR, desplegadas en la frontera.
Franco, agonizante
La situación era delicadísima y Hasan II supo aprovecharla. Franco agonizaba. Ese mismo 5 de noviembre, el dictador sufrió una nueva hemorragia y fue trasladado al hospital de La Paz para ser operado por segunda vez. Mientras, el aparato diplomático marroquí negociaba en Madrid y Nueva York, ante el Consejo de Seguridad de la ONU. La provincia del Sáhara Occidental llevaba años siendo la china en el zapato del tardofranquismo. El Comité de Descolonización de la ONU recomendó en 1966 la autodeterminación del territorio, decisión que España -en un principio reticente- acató un año después.
España anunció en 1974 que celebraría un referéndum de autodeterminación en los primeros meses de 1975. Pero entonces, Marruecos puso en marcha toda su maquinaria para evitarlo y ante la disputa, la ONU encargó un dictamen al Tribunal Internacional de La Haya, que finalmente fue publicado el 16 de octubre de 1975. Su conclusión: el Sáhara Occidental no tenía vínculos de soberanía ni con Marruecos ni con Mauritania. Pero Hasan II silenció parte del dictamen e instrumentalizó su contenido para apropiarse derechos sobre el territorio. Ese mismo día, convocó públicamente la Marcha Verde: "No nos queda más que recuperar nuestro Sáhara, cuyas puertas se nos han abierto".
"La situación era realmente crítica para el régimen militar. Franco se estaba muriendo y se pensaba en la sucesión. Había una gran crisis internacional en ese momento y en España éramos propensos a quitarnos problemas de encima", señala a EL MUNDO el autor del libro, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Rey Juan Carlos. "Se jugó con la idea de que existía riesgo de una guerra con Marruecos, aunque su ejército era en realidad inferior", añade. "El lobby marroquí en España se ganó a ciertos sectores para trabajar en favor de Marruecos, por dinero y por ser antiargelinos. El Frente Polisario era aliado de Argelia y estábamos en plena Guerra Fría", prosigue.
Una excusa para el régimen
Campamentos de la Marcha Verde al borde norte del Sebja de Um-Deboaa.
A las 10.33 horas del 6 de noviembre, los primeros voluntarios de la Marcha Verde cortaron las alambradas fronterizas y penetraron hacia el puesto abandonado de Tah, según relata José Ramón Diego Aguirre, uno de los mejores cronistas de la historia del Sáhara Occidental, en su libro Guerra en el Sáhara. Hacia la tarde, unos 50.000 civiles establecieron un campamento dentro del territorio español. Al día siguiente, más voluntarios rebasaron la línea de demarcación. España envía al ministro Carro a Agadir para negociar con Hasan II el retorno de la marcha a Marruecos, bajo promesa de abrir negociaciones para ceder el Sáhara. "El 9 de noviembre, una vez conseguidas por Hasan II las suficientes garantías de entrega que se le va a efectuar", escribe Diego Aguirre, el rey ordena el repliegue.
La creencia general de analistas, diplomáticos, militares e historiadores -así lo pone de manifiesto también 'Agonía, traición, huida'- es que todo fue puro teatro y la Marcha Verde no era más que la escenificación de una presión, una cobertura magnífica para un régimen que encontró así una excusa para entregar al Sáhara y a los saharauis.
El 14 de noviembre se firmaron los Acuerdos Tripartitos de Madrid, por los que España cedió la administración del territorio a Marruecos y Mauritania. "España no transmitió la soberanía del territorio [a Marruecos], porque no se puede entregar a otro país algo que no es suyo, sino del pueblo", precisa Rodríguez Jiménez. El profesor reclama que nuestro país reasuma "su responsabilidad e impulse un acuerdo que establezca un Estado independiente en el Sáhara Occidental".
Un aliado que no fue
Con el abandono de la ex colonia, "España perdió un amigo", concluye Rodríguez Jiménez. Un aliado cuyos lazos de amistad hubieran asegurado acceso a los ricos recursos naturales del territorio: "fosfatos [allí se encuentran los yacimientos más importantes del mundo], bancos de pesca, minas de uranio, cobre y oro, además de petróleo, pues ya había prospecciones con indicios positivos", recuerda el historiador. "Los acuerdos con la nación saharaui podrían haber sido como los de la Commonwealth. Nos habría beneficiado en materia de seguridad, pudiendo ser un Estado de contención del islamismo radical y un aliado en materia de migración".
La conclusión de Rodríguez Jiménez es que la huida de España del Sáhara fueuna decisión poco favorable a los intereses de nuestro país, con "consecuencias económicas, diplomáticas y en materia de seguridad y defensa" y, por supuesto, nefasta para los saharauis, que aún sufren las consecuencias.
Como escribió a modo de denuncia Luis Rodríguez de Viguri -quien fuera secretario general del Gobierno del territorio hasta la salida de España- en un artículo titulado 'Despedidas vergonzosas' (Historia 16, 1979): "Ya sólo se puede pensar en responsabilidades históricas, porque priva el interés de que nuestras últimas aventuras coloniales queden liquidadas y olvidadas, aunque sea a costa del genocidio de los autóctonos, que es el caso del pueblo saharaui".
No hay comentarios:
Publicar un comentario